8 jul 2014

La náusea y el vómito

¿Qué decir de la vida cuando a uno ya no le sorprende? Así transcurrían  los días para el personaje único de este breve relato, que ya ni se asombraba de sentir el aroma tibio y agridulce de la muerte en cada esquina a la que llegaba, olvidando la vida atrás en cada paso.
Repetía  el mismo tic tac el  reloj de su vida, que volvía siempre a los doce números que habían de condenarlo para toda la eternidad, haciendo de su existencia un ciclo enfermizo que terminaba y empezaba sin cesar. Se acostumbró a que la rutinaria vida le desgastara la revolución, la sorpresa; le desgastara el hecho de quejarse, por que al fin, todo volvía a ser igual a la mañana siguiente. Se burlaba de él el  pequeño reloj de muñeca que era verde y dorado y volvía y volvía a los mismos doce números de la condena, imitando al de su vida, al de su muerte y al de su destino.
Un día, el dorado y verdoso reloj se quedó sin vuelta y quedó atascado en el número doce. Ese día era gris para este personaje, y el tiempo y el sol quedaron inmóviles.
Al levantarse de su cama sintió la náusea que había de condenarlo por sesenta minutos iguales. Sentía que un estruendo rugía por su garganta intentando llegar a su boca para salir disparado con tanta  furia al entorno gris que lo rodeaba desde su nacimiento.
Sintió un nudo abominable en el estómago y fue entonces que empezó la aliviadora pesadilla. Vomitó tanta pena, tanto asco acumulado, tantas palabras no dichas y tantas esperanzas despedazadas, que el parqué de la habitación quedó estropeado para siempre. Se había tragado la vida durante la vida entera.  Casi que el corazón se le iba en el charco. Sentía que la bilis era la angustia y que sus ojos lloraban lágrimas que estaban acumuladas en los cristales de sus ojos durante años y años.

Estuvo durante toda esa hora infernal en posición fetal, amarrándose las rodillas, vomitando en su propio vómito hasta que por fin pudo sentirse libre de terrible y pesada agonía.
La manecilla horaria del reloj se posó en el número uno y fue ahí cuando recién pudo levantarse y limpiarse la boca con el puño sucio de la camiseta. Caminó como muerto hasta la cocina y se sirvió un vaso con agua. No dejó una sola gota. Volvió a mirar, como siempre, al mismo reloj.
-Llego tarde- murmuró.
Y el reloj volvió a girar y a girar.

8 comentarios:

  1. Si las pasaba jodido con el puto reloj, no me imagino si fuera relojero con tanto reloj parado: y muchos a las doce.

    Besos.

    ResponderEliminar
  2. A mí tampoco me sorprende ya la vida.
    He visto de todo.
    Y ya vuelvo de todas partes.
    No vomito porque no vale la pena.
    Pero el asco y la náusea me han secuestrado.

    Besos.

    ResponderEliminar
  3. No es mi caso.
    La vida me sorprende por lo extraña que es.

    ResponderEliminar
  4. Algún día el reloj se romperá y encontrará una salida a sus miedos, a sus angustias. Ya no habrá tiempo y ya no existirá ese "llego tarde".
    Besitos

    Miss Carrousel

    ResponderEliminar
  5. Es sano vomitar...
    "hay que sacarlo todo afuera, como la primavera
    nadie quiere que adentro algo se muera
    hablar mirándose a los ojos
    sacar lo que se puede afuera
    para que adentro nazcan cosas nuevas"

    ResponderEliminar
  6. Me ha gustado mucho tu relato, Un beso, enhorabuena.
    Feliz semana.

    ResponderEliminar
  7. Si se me fuera todo el dolor de verdad, hasta yo pasaría por ese calvario...

    beso y cafelito.

    ResponderEliminar
  8. Es difícil mantener siempre la atención y ser consciente de todos los minutos que gastamos pero de vez en cuando se puede hacer. Y es bueno no perder tiempo pensando en el tiempo que se ha perdido. Es como ver leche derramada y derramar más en respuesta.

    ResponderEliminar