Gritos callados

Recuerdo que, por aquel entonces, yo me había enamorado de una mujer de otro planeta. Y yo, que siempre fui un tipo aburrido, que cuando llegaba a mi casa seguía aún con el trabajo, que se repetía en el subte el mismo bostezo todos los días, me sentí maravillado. Ella un día me dijo una cosa que nunca se me borró. Cada vez que abría la boca, esa mujer,  era para dejarme tarado.  Me dijo que cuando iba caminando por la calle, de noche, sin la gente, se le ocurría cantar bien fuerte. Que sentía que eso aliviaba el dolor que le producía, en otros momentos, las ganas de querer gritar y no poder hacerlo. 
Que se le cicatrizaba un poco más la herida.
 Que se acostaba un poco menos cansada.

 Me hacía volver a creer en lo que, por aquel entonces,  ya había perdido. Me hacía recordar cómo sentirse un niño. Como dibujar un sol en el vidrio de un día nublado. 



Pero el tiempo pasó. Y yo no volví a saber de ella. Tal vez algo la enojó. O ella tal vez, simplemente,  no quería a estar con alguien como yo. Y no la culpo, no podría culparla. 
Así de asesinas son estas historias. 


No volví a escribir poemas.
No volví a creer en nada. 

No es que quiera molestarte,
pero me es imprescindible
sentarme en un café
y soñar, un poco...
Y tal vez amarnos...

Y ha pasado mi hora.
¿quién robó mis años?