17 mar 2014

Versos a la mujer ausente

Te recuerdo. 
Siempre te recuerdo. 
¿Cómo no recordarte? 
Lunática. Dramática. Emocionante. 
Explosiva. 
Cada calle era un puente.  Cada día, diferente. 
Te recuerdo cuando despertábamos en la misma cama, aturdidos por los bocinazos y los pájaros que madrugaban. Tus cabellos despertaban en mi cara y corriéndolos como cortinas  encontraba tu cara.. Dormida.
 Despierta o dormida,  siempre parecías soñar.
  
A veces, despertaba yo después y me encontraba con tus soles mirándome. 
Me sentía amado. Como a un niño. Me recordabas que aún luego de tantos años podía sentirme hermoso. 
Iluminado. Por tus ojos. 

La ciudad amanecía y el día  entrante, igual a todos, hacía que ya desde temprano tuviera ganas de fumar, aún sin desayuno.  Vos te quejabas, siempre te quejabas,  y me hacías un café, oscuro y profundo. Algunas tostadas. Un par de besos.

Podría encender el televisor y ver en las noticias que caía el mundo. 
Pero yo estaba ahí, amaneciendo contigo,
 y todo lo demás ya no importaba. 

Las palabras que salían de tu boca parecían poesía o el guión de una buena película. Jamás había algo librado al azar; siempre con la punzada perfecta, con el punto y los ovarios bien puestos.  Con la pregunta tajante, en el momento perfecto.

A veces se apagaban las luces de tu optimismo  y sólo por tus cachetes rodaban las lágrimas. Intentaba abrazarte pero a veces no querías. O tal vez querías que te abrazara más fuerte, o que llorara contigo. Siempre fue dificil comprenderte.

 Tal vez sólo querías estar sola. 
Te sentías cansada, el mundo te oprimía, la vida era nada y hacías rabietas en la cama. Pataleabas. Te comportabas muchas veces como una niña. Pero eso también me gustaba, aunque otras me molestara. Me gustaban tus peluches, tus canciones, tus manos, tus pies bailando debajo de las sábanas. Cuando peleábamos llovía en mi cielo. Si no me encontraba contigo me encontraba en la nada. Estaba perdido. Asustado. Y luego volvíamos, y me acurrucaba en tu pecho. 
Y volvíamos a amar. 
A creer. 
Un rato más. 
Aunque sea.


 Comprendí que las damas son cosa del pasado y que las mujeres, de verdad, son explosivas. Bombas. Eternas guerras. Llenas de paz.
Dentro tuyo cabía un sin fin de flores. Convivían la niña, la mujer, la guerrera, la amante, la amiga  y la madre en una sola belleza. La octava maravilla del mundo. No sé como nunca quisiste ir al psiquiátra. Estabas loca. Sos una loca. 
Y eso, eso también me encantaba.


¡Y cuando sonreías!

 ¡Qué hermosa sonrisa! 
Cuando sonreías no había más hambre en el mundo, los presidentes eran honestos, los médicos curaban corazones y Vietnam era sólo un cuento. Los soldados disparaban versos y los ángeles cumplían milagros.
 Dios existía. 
Y vos eras mía.
 Tan mía que también eras del viento.



13 comentarios:

  1. "...no queda más que viento...."
    L.A.S.

    ResponderEliminar
  2. Una sonrisa que eclipsaba el universo.

    Me suena conocido.

    Besos.

    ResponderEliminar
  3. Precioso relato, Nele, por un momento esa mujer ausente me ha hecho recordar a Alejandra ("Sobre héroes y tumbas"). Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. alejandra, presa de los recuerdos.
      la chica que yo cito tiene recuerdos en la espalda pero tiene más esperanzas que otra cosa, aunque a veces se le olvida.
      muchísimas gracias.

      Eliminar
  4. Sobre todo la última parte es sensacional, fantástica.

    Gracias por tu visita.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  5. hay una mujer ausente vagando por los siglos de los siglos

    ResponderEliminar
  6. El amor sobre todo, el amor tendiendo un manto de piedad sobre las cosas y las miserias... Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. Un amor de guerras nucleares le dicen...
    Lindo blog, lindos cosos
    Un beso

    ResponderEliminar
  8. IMPRESIONANTE. PRECIOSO. ¡QUIEN FUERA ELLA!. SÓLO ASÍ VALE LA PENA.

    ILDUARA

    ResponderEliminar